Bogotá en
movimiento… hacia el caos: una ciudad sin gobierno en las vías
En Bogotá no se camina, no se
conduce, no se transita. Se sobrevive. El caos vial que atraviesa la ciudad
hace rato dejó de ser un problema de movilidad para convertirse en un síntoma
de una administración que, en lugar de gobernar, parece limitarse a observar
con resignación. Mientras los bogotanos esquivamos huecos, motos y peatones
imprudentes, el gobierno distrital permanece en una peligrosa indiferencia, sin
propuestas contundentes ni acciones eficaces.
Uno de los signos más evidentes
de este desgobierno es el comportamiento de quienes, irónicamente, deberían
hacer respetar las normas: los agentes de transito. Verlos desobedecer
semáforos, dirigir el tráfico sin criterio o simplemente desaparecer en horas
críticas es un espectáculo diario. Su conducta no solo erosiona la poca
autoridad que queda, sino que alimenta la anarquía en las calles.
La infraestructura vial, por su
parte, es un testimonio del abandono. Calles con baches que parecen cráteres
lunares, obras eternas que jamás se terminan y señalización escasa o confusa
son parte del paisaje. A esto se suma la alarmante falta de iluminación, que
convierte a la ciudad en una trampa mortal en las noches: conductores a ciegas,
ciclistas invisibles y peatones cruzando entre sombras.
La convivencia entre actores
viales es otra tragedia. Peatones que atraviesan por donde quieren, con
agresividad y sin precaución, como si tuvieran un escudo invisible; bici
taxistas que, más allá de su informalidad, circulan bajo efectos de sustancias
psicoactivas, poniendo en riesgo no solo sus vidas, sino también las de sus
pasajeros y demás ciudadanos. Y en medio de todo esto, motociclistas,
ciclistas, buses y carros que compiten por cada metro como si estuvieran en una
batalla campal.
Un contraargumento que merece
consideración es la falta de cultura ciudadana. Es cierto que muchas conductas
irresponsables provienen del desconocimiento o la falta de educación vial. Sin
embargo, cuando esta falta de cultura no es abordada por políticas educativas
sostenidas ni campañas efectivas por parte de la administración, deja de ser
excusa y se convierte en responsabilidad compartida. El silencio del gobierno
es también una forma de aval.
Bogotá no necesita más
diagnósticos, necesita intervención urgente. La ciudad requiere una autoridad que
haga respetar las normas, que repare y mantenga su infraestructura, que ilumine
las vías, que vigile de verdad. Es hora de que el gobierno distrital deje de
ser un espectador pasivo y se convierta en el actor principal de una
transformación que no da más espera. Porque hoy, en las calles de Bogotá, lo
que está en juego no es solo la movilidad, sino la vida misma.
FRANS DAVID
IZQUIERDORODRIGUEZ
CONSEJERO LOCAL
Y DISTRITAL DE LA BICICLETA
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